"Quien se enfada por las críticas, reconoce que las tenía merecidas"

9 de septiembre de 2007

Las Cinco Joyas.

Tras intentar llevar adelante un fotolog, y tras haber fracasado, iré poniendo aquí la historia que intentaba poner en el puñetero fotolog. La historia se titula Las Cinco Joyas, y este post, con el prólogo y el primer capítulo, va dedicado a Salo, quien me pidió que escribiera la historia... Saludos, y ahí va:



Prólogo: Alianza



Había llegado el momento esperado. Ángeles y demonios, habían conseguido aliarse. Atrás quedaron sus diferencias y su instinto, que los obligaba a estar enfrentados. Luz y Oscuridad eran ya una sola.

Celes, Reina del Cielo, había contraído matrimonio con Thedri, señor de los demonios.
Verdaderamente, los suyos no esperaban que la fría y vanidosa reina fuera capaz de establecer tal vínculo con el alegre y despreocupado demonio.
Mas, allí se encontraban, de la mano, frente a todos los ángeles y demonios reunidos en aquella enorme sala circular del Reino de Luz.

- Hoy es un día muy especial – comenzó a decir el anciano Sodoc, sabio y consejero de Celes, situado junto a la pareja – Ante nuestros ojos, la alianza, convertida en hombre y mujer. En rey y reina. Dos razas olvidan el pasado y se unen. Hoy, podemos decir, que es el día más feliz de nuestras vidas. Hoy, Su Majestad Celes y Su Majestad Thedri, son un solo individuo, unidos en el amor. ¿Quién dijo que un ángel no podía amar a un demonio?

Su discurso se vio interrumpido por un repentino golpe de tos. El anciano carraspeó e hizo una pequeña inclinación de cabeza, a modo de disculpa.

- Perdonad a este anciano… - murmuró – Como iba diciendo…
- Es suficiente, Sodoc – cortó Celes, frunciendo levemente el ceño – No os esforcéis más, ya habéis dicho bastante. Ángeles y demonios ya no tienen motivos para enfrentarse. Que comience la celebración.

Y, tras decir esto, la reina sonrió ampliamente. Muchos la veían sonreír por primera vez.
La comida, el alcohol, la música y el alboroto fueron abundantes aquella noche.
Thedri sonreía sin parar, sacaba a bailar a tantas damas como veía. Pero la reina se mantuvo en su trono, inmóvil, observándolo todo en silencio.

En su cabeza podía oír una frase:

“¿Quién dijo que un ángel no podía amar a un demonio?”

- Pues yo… - susurró


Capítulo uno: Los cinco sabios






















Kandrë descansaba en su pequeño camarote. Sentado en una cómoda silla de madera, observaba los numerosos pergaminos repartidos por su escritorio.
Suspiró, cerró sus ojos almendrados. Estaba cansado.

Tan solo tenía trescientos cuarenta, lo que ni siquiera equivalía a setenta años humanos. Pero ya se sentía viejo.
Las arrugas ya marcaban su rostro, y en sus ojos se reflejaba el cansancio de una vida demasiado larga. Sin embargo, sus cabellos aún conservaban su intenso color negro.

Vestía una túnica roja que arrastraba por el suelo. El rojo era el color que representaba al Reino Ignis. Y la capital de este, Liàröthen, era la ciudad en la que él había nacido y en la que siempre había vivido. En ella se encontraba el Castillo de las Llamas, y, allí, el rey Àsiés, a quien servía.

Y, obedeciendo a su rey, había llegado a donde ahora se encontraba: Alma de Fuego, el barco que lo llevaría a la Isla Oráculo, situada muy cerca del Reino Aqua.

En aquella isla, debía reunirse con los sabios de los reinos, y buscar una solución para detener la guerra.

Abrió los ojos de nuevo. Alguien llamaba a su puerta.

Se levantó, pero no se movió del sitio.

- Adelante, está abierta – dijo, dirigiendo su mirada hacia la puerta, que, con un sonoro crujido, se abrió.

Entró en la habitación un elfo joven, que aparentaba unos diecisiete años. Era alto y delgado, pero fuerte, de piel un tanto tostada por el sol. Tenía el cabello castaño claro cayéndole sobre los hombros y sus ojos, rasgados, eran totalmente grises, parecían transparentes en ocasiones.
Se mantenía serio e inmóvil, mirando al anciano sabio.

- Hemos llegado, Maestro – anunció, rompiendo el silencio.

Su voz no era tan grave como se esperaba por su aspecto. Resultaba suave y melodiosa, muy agradable.
Kandrë asintió con la cabeza.

- Deben estar esperándonos ya – comentó, acercándose al joven – Vayamos, pues.

Salieron de la habitación y, juntos, se dirigieron a la cubierta del barco.
El barco había llegado al muelle de Isla Oráculo. Era un muelle ridículamente pequeño, el tamaño del barco lo superaba con creces.

- Sabio Kandrë, Isla Oráculo – dijo a modo de saludo el capitán del barco, señalando al anciano el paraje frente al cual se encontraban.

Él había oído hablar de la belleza inigualable de aquel lugar, pero nunca había imaginado que pudiera llegar a ser semejante. Árboles altos y de enormes copas, repletos de frutos extraños, arbustos colmados de bayas y flores de colores que el sabio ni imaginaba que existían.
Aquello era, pensó, el paraíso.

Junto a él, su joven acompañante sonreía, deseoso de pisar tierra.

- Mirad allá arriba – le dijo el anciano, señalando a una colina - ¿Veis el pequeño edificio blanco? – Esperó la afirmación del elfo – Ese es el Templo de las Profecías. Allí es a donde vamos.

Bajaron del barco, anciano y joven. Ni un soldado, ni un marinero, ni siquiera el capitán, les acompañó. Se despidieron con una leve reverencia y un gracias, y quedaron en que no esperaban tardar mucho en volver. Aunque, bien sabían los tripulantes del Alma de Fuego, que cuando unos ancianos, reconocidos como sabios, se reunían, podrían pasar horas y horas conversando.

Llegaron a los pies de la colina. Ante ellos, encontraron unas escaleras que les conducirían a su destino.
Comenzaron a subir, mas unas palabras interrumpieron su marcha y los hizo detenerse.

- ¿No esperáis a los demás, Kandrë? Cuanto más años pasan en vos, menos educación tenéis.

Había hablado una voz como la de una muchacha joven, pero, cuando se giraron, encontraron a una mujer ya adulta. Era algo bajita y no era demasiado delgada. Su piel era blanca, y poseía algunas manchas azules. En su rostro, se podían ver pequeñas escamas. Tenía los ojos grandes y del color del mar, y el pelo parecía haber sido hecho de algas. Vestía una túnica similar a la del anciano, pero en color azul.

- Oh… Disculpadme, Sabia Rèah – dijo el anciano, bajando de nuevo los escalones blancos, junto a su aprendiz – Pensé que ya os encontrabais todos en el Templo.

- Aún no han llegado – respondió.
Dirigió su mirada hacia el joven elfo que lo acompañaba. Abrió la boca para preguntar por quién era, pero prefirió callar.

- Entonces, esperaremos aquí – dijo Kandrë a su acompañante – Es uno de mis aprendices – comentó a Rèah, al ver cómo esta miraba al joven.

- ¿Impartís clase, Kandrë? – dijo una voz ronca, en un tono demasiado alto.

En el lugar apareció un enano. Bajo, rechoncho, barbudo. Un enano como otro cualquiera. Sin embargo, no vestía los ropajes que estos solían llevar, sino la misma túnica que los otros dos sabios, en verde.

- Tainer, ¿Habéis crecido un poco? – Rèah sonrió con sorna, mirando al enano, quien gruñó, enfadado, por toda respuesta.

El joven elfo se mantenía en silencio, junto a su maestro, aunque miraba con cierta curiosidad a los otros dos sabios.

<< ¿Quién falta?>> Se preguntó, impaciente por saber cómo eran los dos que aún no habían llegado.

- Como de costumbre, Lâer se retrasa – se quejó el enano, cruzándose de brazos - ¡Un enano nunca llega tarde! ¡Deberían aprender de nosotros! Esos humanos… No se toman nada demasiado en serio. Yo cogería mi hacha y…
- A veces me cuesta entender por qué fuisteis nombrado sabio, Alto Tainer – lo interrumpió una voz a sus espaldas.

Había llegado el representante del Reino Electro. Un humano alto y robusto, más anciano de lo que aparentaba, con el pelo gris y los ojos del color de la miel. Vestía la túnica dorada, aunque no era tan larga como la de sus compañeros, y dejaba ver sus botas marrones.

El enano volvió a gruñir y se mantuvo en silencio hasta que llegó el último sabio.

El anciano proveniente del Reino Volátil, era una criatura extraña. Su piel era grisácea, así como su cabello y sus ojos. A su espalda, tenía dos enormes alas de dragón, y en su frente lucía un cuerno, visto en criaturas como los dragones del aire. Vestía una túnica gris que ocultaba incluso sus manos, de largas uñas.
Había llegado hasta el lugar donde se encontraban todos sigilosamente, como un fantasma.
No dijo nada, pero todos comenzaron en seguida a subir las escaleras que los conducirían al Templo De Las Profecías.

Una vez en el interior del gran edificio, vieron que este tan solo estaba formado por una gran sala con forma de pentágono. Las paredes eran blancas y había cinco ventanas. En el centro de esta, había una enorme mesa de mármol, también con la misma forma que la sala. Tan solo había cinco sillas, por lo que fueron los cinco sabios los que las ocuparon, quedando el joven elfo en pie, detrás de su maestro.

Rèah alzó las manos y se dispuso a iniciar la conversación.

- Nosotros somos tan solo representantes de nuestros reinos. Mas, en nuestras manos está hoy el destino de Gaya. Nos encontramos en medio de una gran crisis. Nuestros pueblos se enfrentan, hay muchas muertes, se destruyen ciudades enteras, tan solo existe el caos ahora.
- Debemos encontrar una solución – continuó Lâer – La paz debe reinar en nuestro mundo.
- La culpa es de los demonios – se quejó Tainer – Desde que su alianza con los ángeles se rompió, venden armamento y objetos mágicos de gran poder a las distintas ciudades, incitándolas a enfrentarse.
- Deberíamos acabar con ellos – intervino el anciano del reino del aire – Destruyendo a los demonios, conseguiríamos la paz. Los ángeles estarían de nuestra parte.
- No es la solución – replicó Kandrë – Eso tan solo conseguiría que la guerra estallara con el Infierno, y Thedri y los suyos son demasiado poderosos, podría significar la destrucción de Gaya.
- ¿Qué proponéis vos? – le preguntó Rèah.

Reinó un largo silencio. Los cinco meditaron. Cierto era que intentar atacar a los demonios, supondría la destrucción del planeta. ¿Qué podrían hacer para unir a los reinos?

- Hay una leyenda que habla de una joya mágica capaz de conseguir que la paz reine – murmuró Kandrë
- ¿Una joya? – preguntó la sabia del Reino Aqua - ¿Qué tipo de joya?
- Leí en un antiguo pergamino… Hace mil años, cuando Èräe reinaba, pidió que se creara una joya que contuviera el fuego del volcán, las olas del mar, el sonido del viento, el temblor de la tierra, el brillo del rayo, la luz del día y la oscuridad de la noche.

- Los Siete Reinos… - susurró el aprendiz del sabio.

Kandrë asintió con la cabeza.

- Dicen que mientras Èräe tuviera aquella joya, la paz nunca terminaría.

El enano ladeó la cabeza.

- Nosotros somos los representantes de Gaya – dijo - Fuego, Agua, Aire, Tierra, Rayo… Podríamos crear una nueva joya.

Se levantaron todos a la vez y alzaron los brazos.

- ¡Unamos nuestro poder! – dijeron a la vez

Cerraron los ojos. El aura de cada uno se hizo visible. El joven elfo se apartó un poco, asombrado. Hubo una explosión de auténtica magia. Fuego, Agua, Aire, Tierra, Rayo.
Se convirtieron en uno solo.

El elfo tuvo que cerrar los ojos, cegado por una intensa luz. Al volver a abrirlos, los sabios habían desaparecido.
En el centro de la mesa, había un enorme diamante. En su interior, parecían brillar cinco esferas de distintos colores.
Él se aproximó a la mesa de mármol e intentó alcanzar el diamante. Sin embargo, sus dedos no habían tocado aún la joya cuando esta se agrietó y se dividió en mil trozos.
El elfo volvió a alejarse. Las cinco esferas que antes habían estado en el interior del diamante, ahora flotaban demasiado cerca del techo de la sala.

- ¡Maestro Kandrë! – gritó el elfo, mirando a un lado y a otro, y volviendo a mirar a las cinco esferas - ¡Maestro! ¿Qué ocurre? ¿Dónde estáis?

Entonces, las ventanas de la sala se abrieron, y por cada una de ellas salió una esfera, perdiéndose en la lejanía.

El elfo se quedó allí, inmóvil.

Fuego, Agua, Aire, Tierra y Rayo.

Habían formado uno solo.

Pero les había faltado algo muy importante.

Luz y Oscuridad.

Desde el muelle, el capitán del Alma de Fuego y sus hombres habían contemplado el espectáculo de luces proveniente del Templo De Las Profecías.

- ¿Qué ocurre allí? - preguntó uno

Se encogieron de hombros, sin darle importancia.
Pero, al ver como el elfo llegaba corriendo, respirando con dificultad, y gritando a los hombres del barco, comenzaron a preocuparse.

- ¿Qué ha ocurrido? – le preguntó el capitán, mientras lo ayudaba a subir al barco.

Él se mantuvo en silencio durante unos segundos.

- Volvemos a Liàröthen. Hay que informar a mi padre.

5 comentarios:

Anónimo dijo...

Vale, primero seamos perros y soletemos lo malo:
¿Por qué los cinco tios estos, que se supone son super sabios e inteligentes se unen de repente y hacen los fuegos artificiales esos? ¿Qué pasa, son lerditos(con todo el respeto a estos xD)? Joder, que pienen un poco...
Bueno, iendo a las cosas buenas, mola que los demonios seamos (si,m seamos xD) traficantes de armas...ESA IDEA FUE MIA...pero te la dejo gratis, la siguiente te vale 5 centimos xD
Bueno, a parte de eso, nada del otro mundo, cuelga alguna otra cosa prontooooo

Kysu dijo...

Ahem... Se supone que intento seguir más o menos las ideas de la historia compartida. Y si los sabios hacen eso, es porque, como la historia nos ha mostrado miles de veces, los sabios no son tan sabios.

Anónimo dijo...

A ver si me aclaro, primero la tia esa y el tio ese se casan. Luego viene de repente que los demonios y los angeles son enemigos para siempre... Pues me lo vas a tener que explicar un poco...

Kysu dijo...

Todo a su debido tiempo

Anónimo dijo...

Seras ajkerosa ¬¬