"Quien se enfada por las críticas, reconoce que las tenía merecidas"

10 de septiembre de 2007

Las Cinco Joyas (2)

Capítulo dos: Noticias de Gaya

Habían pasado quince años desde que el Reino de la Luz y el Reino de la Oscuridad formaran su alianza. Thedri, rey del Infierno, y Celes, reina del Cielo, habían tenido una hija.

La llamaron Adala. Tenía la piel blanca como la cera, mediana estatura y extrema delgadez. Parecía muy delicada, frágil, algunos decían que parecía poder romperse como un débil cristal si se le tocara. Su rostro era el más hermoso que los ángeles habían visto. Sus ojos eran muy grandes, de color azul claro, sus mejillas, sonrosadas, y su sonrisa, preciosa. Sus cabellos parecían finos hilos de oro que llegaban a su cintura. A su espalda, dos alas de luminosas plumas blancas.

Todos los ángeles decían que era la criatura perfecta.
Todos, excepto uno:
Su propia madre.

Celes siempre se había mostrado fría y grosera con la niña. Sobretodo, desde que la joven cumplió diez años, justo cuando se rompió la alianza.
Desde el principio de su unión con el rey de los demonios, la reina alada no se había mostrado demasiado agradable. Si había decidido estar con él y fingir amor, era por el bien de su reino.

Ningún ángel sabía concretamente a qué se debió la ruptura de la unión entre Cielo e Infierno, pero sí conocían que muchos ángeles murieron aquel día. También, algunos pensaban que la reina no pudo aguantar más la presencia de aquellas criaturas oscuras en su reino de luz.

Adala físicamente no se parecía a su padre, por suerte para la reina. Pero en cuanto al carácter, era igual que el amo del Infierno: Alegre, despreocupada, divertida… y siempre con una sonrisa en los labios.
La reina no la soportaba y procuraba mantenerla alejada.

Por eso, aquella noche, Adala se encontraba en el jardín exterior.
Sentada en la balaustrada, la joven contemplaba los astros. Su mirada se detenía largo tiempo sobre un planeta que desprendía un brillo especial. Se trataba de Gaya, un pequeño mundo formado por cinco reinos.
Muchas veces, Adala había deseado marchar del cielo y viajar hacia aquel lugar. Como muchos otros ángeles, quería ver los distintos paisajes que se podían apreciar en aquel pequeño mundo.

Un sonido extraño la sacó de su ensimismamiento. Había oído un leve crujido y unos pasos que intentaban, inútilmente, pasar desapercibidos.
Miró a su alrededor, alerta. Pero no se dio cuenta de que el intruso estaba más cerca de lo que pensaba.

- Disculpad – dijo alguien a su derecha, dándole unos toquecitos en el hombro.

Adala, sorprendida y asustada, dio un pequeño brinco, que la hizo caer de la balaustrada y golpearse la espalda y la cabeza contra el suelo.
Tumbada allí, miró a aquel que la había hecho caer.

Era un ser que nunca había visto. Tenía la piel tostada, como la mayoría de los demonios, pero no se parecía a estos. Sus orejas acababan en punta y su pelo, cayéndole sobre los hombros, era castaño claro. Sus ojos parecían transparentes. Vestía pantalones, botas y una camisa de colores rojizos. En la espalda, un carcaj con flechas y un arco.

Adala pensó en los libros que había leído sobre Gaya, y recordó el nombre de aquel ser.

- Eres… Eres un elfo… - susurró, sin moverse, mirándolo embelesada.

Él se mantuvo serio, alzando un poco las cejas.

- Sí, y vos un ángel torpe – respondió fríamente.

La chica se levantó rápidamente y se sacudió su vestido blanco.

- Me habías asustado – se justificó, frunciendo el ceño - ¿Cómo has llegado hasta aquí? Hay cientos de soldados custodiando las entradas al palacio. ¿Qué has hecho para…?
- No es asunto vuestro – interrumpió el elfo - ¿Dónde está la reina Celes?

Adala se cruzó de brazos.

- Eres un maleducado – se quejó, sin responder.

Él suspiró, a punto de perder la paciencia.

- ¿Dónde está la reina Celes? – repitió.
- Para hablar con ella, debes decírselo primero a Sodoc – explicó Adala, enojada – Aunque no creo que te deje pasar con esos humos…

El elfo chasqueó la lengua y le dio la espalda. Comenzó a caminar en silencio hacia el interior del palacio.

- ¡Eh! ¡Eh, tú! – lo llamaba la chica, siguiéndolo.

Él la ignoraba y continuaba su camino. Recorrió largos pasillos y se detuvo frente a una enorme puerta.

- ¡No puedes entrar ahí! – le gritó Adala, situándose a su lado - ¡Es la Sala de Audiencias!
- Entonces es aquí a donde quería llegar- murmuró el elfo.

Empujó la gran puerta con ambas manos. Al abrirla, vio una sala con numerosas ventanas, y en el techo, del color del cielo, colgaban lámparas gigantescas, ahora encendidas. La sala estaba casi vacía. Solo había, al fondo, un trono, y, en él, estaba ella.

Celes. Cabellos rubios que rozaban el suelo, rostro que no reflejaba ningún sentimiento. Ojos inexpresivos.
La fría e impasible reina de los ángeles.

- Vaya, un elfo – dijo, sin demasiado interés, observando al joven.
- Majestad, vengo a hablaros de un asunto muy importante – comenzó él
- ¡Mamá! – Intervino Adala, adelantándose al elfo - ¡Este maleducado se ha presentado en el jardín, burlando a los guardias!
- No importa, hija – susurró Celes, con cierto desprecio – Parece que es una urgencia.

El elfo miró a Adala, sorprendido. ¿Había oído bien? Aquella era la hija de la reina, y él no había sido demasiado cortés con ella.

- Habla, elfo – ordenó la reina, poniéndose en pie – Dime quién eres.

Él se arrodilló y, mirando al suelo, sin atreverse a contemplar el impasible rostro de la reina, comenzó a hablar.

- Majestad, mi nombre es Aaesien Liàröth, príncipe del Reino Ignis – se presentó – Vine a vuestro reino usando la teleportación, es demasiado importante la noticia que traigo, no podía esperar a que dierais permiso.
- Se te ve apurado – comentó Celes, con indiferencia – Dime entonces qué te ha traído aquí.

El elfo carraspeó.

- Majestad… Veréis… En… - se sorprendió a sí mismo temblando nerviosamente, titubeando, y con el corazón latiéndole con rapidez.

Él, que siempre había sido de nervios de acero, que estudiaba cada palabra antes de que saliera de su boca, que nada podía hacerlo perder la compostura, estaba postrado en el suelo, temblando ante Celes.
Y se dio cuenta del gran poder de la reina.

- No tengo todo el día – le apremió ella

Aaesien sacudió la cabeza y respiró hondo.

- Majestad – repitió por cuarta vez – Me dirigía a Isla Oráculo con mi maestro, el gran Kandrë. En el templo, mi maestro debía reunirse con los sabios de los otros reinos. Mi padre, el rey, pidió que buscara una solución para que las guerras finalizasen.

Hizo una pausa para volver a respirar profundamente. Tragó saliva y continuó:

- Una vez allí, mi maestro hablo de una joya de hace mil años. Entonces, los cinco sabios dijeron que volverían a crearla con su poder. Desaparecieron, me encontré solo…

Las imágenes de lo ocurrido volvieron a su mente, y parecía estar viviéndolo de nuevo.

- Sigue – dijo Celes

Él la miro con sus ojos semitransparentes. En ellos, la reina pudo ver reflejado un gran miedo. Luego, el elfo miró a Adala, que, preocupada por la expresión de su rostro, se había acercado un poco a él, temiendo que le pasara algo malo.

- La habían creado – susurró Aaesien – Allí estaba, la tenía frente a mí. El mayor diamante que he visto en mi vida. Intenté tocarlo, pero…
- ¿Pero…? – Celes comenzaba a impacientarse.
- Se rompió – continuó el joven elfo – Y vi cinco esferas, que salieron volando por cada una de las ventanas.

Se levantó, recuperado.

- Volví con mi padre y consultamos antiguos pergaminos. Y el Oráculo del fuego nos dijo qué debíamos hacer.
- ¿Y bien?
- Debemos reunir las cinco joyas, y otorgarles el poder que les falta. Necesitamos de nuevo Fuego, Agua, Aire, Tierra y Rayo… Pero también Luz y Oscuridad… Mi padre pensó en cinco príncipes y…

Miró a Adala.

- Y en la princesa del Cielo – terminó en un susurro.
- Así que pretendes llevarte a mi hija a Gaya, buscar las joyas y convencer a cuatro principitos… - Celes rió por lo bajo.
- Si no reunimos las joyas y reconstruimos el diamante, Gaya será destruida – dijo Aaesien, frunciendo el ceño débilmente.
- Está bien… - la reina asintió con la cabeza – Ve a prepararte, hija, mañana marcharéis.

La joven abrió los ojos de par en par.

- ¿I… Iré a Gaya? – preguntó, intentando contener su alegría.

Celes asintió con la cabeza de nuevo.

- Y tú, Aaesien, esta noche descansarás aquí… - mientras hablaba, Adala hizo una reverencia y se marchó.

La joven sonreía ampliamente.
Y no era la única.
Desde las sombras, alguien dibujaba una siniestra sonrisa en sus labios.

- Cinco joyas, ¿eh? Mi padre querrá hacerse con esta información…

7 comentarios:

Anónimo dijo...

Seeeeeee, por fin aparece Cristofeeeer...el unico pj ocn carisma, modestia aparte xD
En fin, me alegra que estés tan inspirada ultimamente para escribir a diario, eso mola, pero antes de seguir con Cristofer, sabes que lo quiero escribir yo esas partes8le tengo mucho cariño)
En fin, continúalo manitaaaa^^

Kysu dijo...

¬_¬... Ya adelantaste el nombre... ¿no te das cuenta que lee más gente además de toi?

Anónimo dijo...

Vale, el pavo ese que es un cotilla se llama Cristofer. Apuntado :8

Anónimo dijo...

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